Atenea en la Épica

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En la Antigüedad, los cantos épicos siempre se enfocaban en un gran héroe, un hombre digno de admiración cuyas hazañas serían relatadas en la posteridad como modelos comportamiento; Aquiles y Odiseo, protagonistas de los poemas homéricos, cumplen con esta premisa al pie de la letra. Hay varias elementos que no pueden faltar en las rapsodias, como la belleza, honor y dignidad. Sin embargo, ninguno de estos actos heroicos hubieran podido llevarse a cabo sin la participación de las mujeres, diosas y mortales cuyas acciones cambiaban drásticamente la dirección de los hechos. Sin lugar a dudas, una de las mujeres más imprescindibles en la épica fue Atenea, la diosa de la guerra, sabiduría, estrategia y de la habilidad. En el siguiente ensayo se analizará la representación de Palas Atenea en los dos poemas homéricos, así como en la Teogonía de Hesiodo.

Para empezar, la singularidad del Atenea se puede rastrear desde su nacimiento. En la Teogonía se relata que después de relacionarse con Metis, Zeus temía concebir a una entidad superior a él, de modo que optó por comerse a Metis; no obstante, debido a que el dios sufre de un terrible dolor de cabeza, Hefesto le realiza una intervención quirúrgica. Corta su cabeza y de ahí sale Atenea, ya adulta, vestida con una armadura y gritando lista para la batalla. Debido a su inusual origen, a Atenea se la suele asociar con el elemento de la cabeza, la mente y, consecuentemente, con la inteligencia. Además, su padre era conocido por ser un consejero y gobernante sabio, exigente y justo; por el otro lado, su madre era conocida por ayudar a Zeus con sus talentos para el engaño y la trampa (Clark, 2012). Fue por el apoyo de Metis que Zeus subió al poder. La unión de estos diferentes tipos de inteligencias resultó en una diosa astuta, ingeniosa, pero también sumamente sabia. Podría decirse que los dos lados de su sabiduría son un reflejo de la fusión y el equilibrio de los rasgos masculinos y femeninos que posee.

La Ilíada y la Odisea son textos complementarios de la ética helena, pero que también complementan los atributos de Atenea. En el primero, Atenea saca a relucir su espíritu guerrero, así como su habilidad para planear y predecir el comportamiento de los hombres. Es la gran protectora de los aqueos, los escuda físicamente y también les inspira fortaleza y el ardiente deseo de la pelea. Uno de sus actos más cruciales pudo haber sido su advertencia hacia Aquiles de no atacar a Agamenón, porque caso contrario habría montado en cólera y matado al rey de tierra. Como una figura bastante prominente en este relato de la Guerra de Troya, ella actúa como una fuerza calmante, una compañera de combate, una partidaria alentadora, un consejero sabio y un persuasivo astuto.

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Por el otro lado tenemos la Odisea, libro en que se puede observar la astucia de la diosa en las escenas en que ayuda a Ulises a encontrar su camino. Atenea le disfraza, lo embellece, le da consejos, aboga en su nombre y otra infinidad de cosas. No es secreto que Odiseo era su mortal favorita, lo cual se puede deber a sus habilidades para engaño e inteligencia, rasgos que ella no solo comparte, sino que admira (Clark, 2012).

La psique colectiva de los griegos no asociaba a Atenea con los típicos atributos femeninas, porque si bien es cierto que poseía una gran belleza y más de un hombre trató de poseerla —como es el caso de su hermano Hefesto—, los reyes alababan su su moderación, su perspicacia y su pragmatismo. A diferencia de Afrodita y Helena, ambas alabadas por su apariencia física, pero la intervino en un juicio provocó la traición de un lecho matrimonial, y la segunda partió hacia Troya, dejando un rastro de sangre a su paso. Ante todo, Atenea era una figura militar que se involucró en la Guerra de Troya como si fuera una jugadora en un tablero de ajedrez, y no se la relaciona a las pasiones carnales.

Y no solo a nivel mitológico. En la Antigüedad, las mujeres de la época estaban bastante relegadas a las labores domésticas y no tenían mayor control sobre sus bida. Las atenienses vivían en el gineceo, es decir, la parte de la casa dedicada a las mujeres, donde tejían, cocinaban y cuidaban y educaban a los niños (The National Geographic Society, 2013). Sin contar con el hecho de que la niña no podrá alcanzar la plenitud de mujer, así como estabilidad económica y social hasta que no se haya casado con un miembro respetable de la sociedad. Esta es una mentalidad se asemeja a la vida de las atenienses en el V. a. C.: el momento culminante para que la mujer alcanzase su máximo estatus en Atenas era el del matrimonio legítimo, la engyesis, un ritual legalizado por el que pasaba a depender del oikos del padre al del marido (The National Geographic Society, 2013).

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Las mujeres que contaban con más independencia en ese entonces eran las hetairas, nombre pretérito de las trabajadoras sexuales. La profesión de hetaira distaba bastante de la prostitución tal y como se entiende hoy. Los servicios de acompañamiento que proporcionaban estas mujeres sofisticadas para las clases altas eran sinónimos de diversión intelectual y discusión artística, incluso podía ser considerado como un ritual de culto (The National Geographic Society, 2013).   Su patrona era Afrodita

El hecho de que una diosa tuviera tanta poder era transgresor para una sociedad tan patriarcal como la Antigua Grecia. Especialmente porque era una diosa que nunca se había casado y había decidido mantenerse virgen. Jamás recurrió a su sexualidad para obtener cosas. Peleaba junto a los varones de igual a  igual —Atenea siempre se relacionó más con los hombres, además de que era la hija preferida de Zeus.

Atenea representa la victoria de la civilización sobre la barbarie, de la inteligencia por sobre la fuerza, del libre albedrío por sobre las órdenes. Atenea se ganó su título como una de las deidades griegas panhelénicas más importantes.

 

Bibliografía:

Beth Cohen, The Distaff Side: Representing the Female in Homer’s Odyssey (New York: Oxford University Press, 1995), 62.

Clark, Tabitha Ms. (2012) «The Wisdom of Athena,» Oglethorpe Journal of Undergraduate Research: Vol. 1: Iss. 1, Article 4. Recuperado el 12 de enero del 2018 en: http://digitalcommons.kennesaw.edu/ojur/vol1/iss1/4

Perés, R. (1982). Historia Universal de la literatura. España: Editorial Ramón Sopena S. A.

The National Geographic Society. (2013). Historia: La Grecia clásica. España: EDITEC.

La Intervención de Patroclo en la Ilíada

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“Así te lanzaste, cochero Patroclo, derecho entre los licios y entre los troyanos, con el corazón airado por tu compañero” (Homero, XVI, 584-5). En la Antigua Grecia, era la valentía de un hombre la que lo transformaba en un héroe. Sus hazañas eran inmortalizadas mediante cantos épicos, una forma de recompensar su compromiso y entrega en el campo de batalla. Este fundamento cultural es el motivo por el cual Aquiles siempre será recordado como el mejor de los aqueos. Del mismo modo se honran a la aristeia de Diomedes y Agamenón. Incluso la imagen de Héctor, un enemigo troyano, no ha perdido su gloria a lo largo de la historia. Patroclo también forma parte de esta honorable lista de héroes; sin embargo, gran parte de su caracterización se ha limitado a su relación con Aquiles. Si bien su muerte fue un hecho crucial para la victoria de los aqueos —sin esta, Aquiles no habría regresado a la guerra y Troya jamás habría sido derrotada—, los atributos que se pueden vislumbrar durante la vida de Patroclo también son dignos de mención, especialmente porque difieren de las clásicas virtudes de sus compañeros. Hay tres rasgos que resaltan en el canto homérico: su sensibilidad y empatía, la falta de una relación directa con los dioses y su desinterés por los grandes discursos.

A diferencia de la fuerza y la valentía, la gentileza no suele ser una típica cualidad con la que se asocia a los guerreros griegos. La arrogancia y la actitud déspota de Agamenón son las que dan inicio al conflicto con Aquiles. Por el otro lado, el Pelida está decidido a no dejar que nadie menosprecie su areté: no peleará más para el rey, y si bien Aquiles escucha las súplicas de sus amigos, se muestra imperturbable. Los muertos aumentan, Patroclo trata de ayudar a un Eurípilo herido, pero se siente impotente al no poder regresar a la pelea. Él no es inmune al dolor de sus pares, su inmensa empatía le impide resistir más y rompe en llanto frente a su querido amigo. Lo normal es que los hombres lloren por sus propias desgracias —o aquellas que los involucran directamente—, pero Patroclo sufre por las desgracias ajenas. Su amabilidad con el prójimo, así como su incondicional fidelidad constituyen la tragedia de su muerte. Homero se asegura de que el público simpatice con Patroclo, ya sea anunciando su muerte muchos cantes antes de que suceda, —siempre lamentando su triste fin—, mostrando su destreza con las armas, o describiendo el dolor de sus seres queridos al presenciar su asesinato.

“Hay otra fórmula que es más peculiar (…) este es el apóstrofo (apelación), una relación directa a un personaje por el autor, usado para el nombre de Patroclo 8 veces en el Libro XVI, de un total de 19 apóstrofes en toda la Ilíada” (Cadieux-Rey, p. 1)

Llamar su nombre otorga cercanía y llega a producir cariño, pero es importante recalcar que la muerte de Patroclo es devastadora en calidad de su bondad como persona. No sería lo mismo si fuera un hombre egoísta y ruin. Asimismo, esta sensibilidad no muestra discriminación: Briseida, la princesa troyana capturada, llora desconsolada por la muerte del mirmidón, dando a conocer que Patroclo fue un gran apoyo durante el tiempo que permaneció con ambos hombres.

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Otro aspecto que llama la atención de Patroclo es su falta de contacto con los dioses. Aquiles no solo cuenta con el resguardo de su madre Tetis, la poderosa y hermosa nereida, sino que Atenea también suele surgir ante su presencia cuando lo cree conveniente. Diomedes también mantiene un contacto la diosa de la estrategia guerrera. Sarpedón, hijo de Zeus, logra esquivar la muerte en una ocasión por su divina intervención, igual que Eneas, al ser salvado por su madre, la también diosa Afrodita. Si bien Patroclo proviene de un noble linaje, en realidad es hijo de un mortal, Menecio. No hay ninguna entidad divina que se encargue de su bienestar físico o que se le presente como guía espiritual. Las mayores intervenciones por parte de deidades recaen en Zeus y Apolo y no son realmente alentadoras: el primero opta por darle un poco más de gloria en la batalla antes de acabar con su vida, mientras que el segundo lo despoja de su armadura para que Euforbo y Héctor puedan terminar el trabajo. Aun así, Patroclo elige continuar en la guerra. “El héroe es aquel que ha escogido, combatiendo en primera fila, vivir para arriesgar su vida en cada encuentro; arriesgar su vida mortal, esa psukhé” (Vernant, 1997, p. 2). De hecho, Patroclo no conoce el límite de su entrega. Ignora por completo la orden de su amigo sobre no pelear contra Héctor, pues no es su destino derrotarlo, sino el de Aquiles. Sin la advertencia de ningún dios, el troyano consigue atravesar su corazón y con eso desencadenar la segunda cólera del Pelida. Los dos amigos comparten el mismo final: la muerte bella, el kalos thánatos. Sus cadáveres se conservarán jóvenes y hermosos, dignos de ser recordados en la posteridad como los grandes defensores y guerreros mirmidones.

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Por último, Patroclo demuestra un disgusto por el regodeo hueco de sus compañeros. La Ilíada se caracteriza por los diálogos entre los combatientes, en más de una ocasión se ponen en pausa las armas para lanzar insultos o ajustar cuentas pasadas; no obstante, el Menecíada no cree esta actitud conveniente. Cuando uno de sus amigos está intercambiando palabras burlonas con Eneas, Patroclo le interrumpe:

“¡Meríones! ¿Por qué tu bravura gasta el tiempo en alardes? ¡Tierno amigo! No es con injuriosas palabras como los troyanos se apartarán del cadáver; antes la tierra acogerá a alguno. Los brazos deciden en la guerra, y las palabras en el consejo. Por eso no hay que amontonar palabras, sino luchar” (Homero, XVI, 627-31).

La actitud de Meríones no es del todo errada; después de todo, en la Grecia arcaica, el hombre existía en función del otro, por la mirada del otro (Vernant, 1997). Lo única razón por la que alguien hacía algo era para que sean reconocidos. Sin embargo, no importaban tus intenciones, sino tus acciones. Son tus acciones, más que tus palabras, las que realmente te definen. El compañero de Aquiles no se limita a dar consejos, sino que es el primero en dar el ejemplo. Se dice que mata a nueve enemigos en cada ronda, y que completó tres rondas antes de morir, lo que lo convierte en uno de los guerreros más eficientes y prolíficos. La mayoría lo hacía sin mayor contemplación, mucho menos con pompa. Lo que realmente le interesaba era acabar con sus contendientes para auxiliar a los aqueos. El hecho de que Patroclo pidió las armaduras de Aquiles para luchar habla sobre su despreocupación por el crédito. Comprendía que la sola imagen de Aquiles era más poderosa que todo su esfuerzo guerrero, de modo que no le importaba que atribuyeron sus muertes a su amigo, ni que su identidad quedara en el anonimato hasta el momento de su muerte. Patroclo aceptó que su deber era convertirse en el doble de Aquiles, en una extensión de su cuerpo —aunque no pudo mantener esa mentalidad por mucho tiempo.

Sin el sacrificio de Patroclo, Troya no hubiera caído. Pero Homero no se limitó a glorificar su muerte, sino que también enalteció sus atributos más humanos, y los más singulares. Patroclo: hábil jinete, del linaje de Zeus, valiente servidor del Eácida, consejero igual a los dioses, el más amado de los compañeros, el cual supo ser amable con todos mientras vivía.

 

Bibliografía:

Cadieux-Rey, O. (Sin fecha). You, Patroclus: the Effect of the Apostrophe on the Sympathetic Reception of Patroclus. Canadá: The University of British Columbia.

Homero. (2010). Ilíada. España: Gredos.

Vernant, J. (1997). Pántá kalá. De Homero a Simónides, en: L’individu, la mort, l’amour. Soi-même et l’autre en Grece ancienne.